Mitos y prejuicios acerca de un derecho aún no reconocido
Estamos en pleno siglo XXI y aún persiste sobre personas con discapacidad motriz una concepción entre ingenua y angelical que les niega la posibilidad desarrollar una vida sexual plena.
La sexualidad, al igual que la motricidad, interviene en todas las etapas de la vida de los seres humanos. Forma parte del proceso integral de su desarrollo y comprende los derechos “vinculados a la capacidad de disfrutar una sexualidad libremente elegida, de manera satisfactoria, placentera, sin violencia, coerción ni riesgos” (Ministerio de Salud de la Nación, 2003).
La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad menciona que los Estados Partes- la Argentina ratificó su protocolo facultativo en 2008, – adoptarán las medidas necesarias para garantizar a las personas con diversidad funcional el pleno goce de todos los derechos humanos y libertades fundamentales, entre las que se encuentra el ejercicio de su sexualidad, en igualdad de condiciones con los demás ciudadanos. Sin embargo, en las prácticas, podemos observar cotidianamente que se trata de un derecho aún no reconocido.
Surge, entonces, la necesidad de cuestionarnos cuáles son los mitos, prejuicios y prácticas nocivas que, instalados y naturalizados en la cultura, niegan a este colectivo poblacional el reconocimiento de las distintas etapas de la vida, así como también la posibilidad de establecer vínculos sociales genuinos y de mutuo respeto con otras personas, tengan discapacidad o no.
Al respecto, María Marta Castro Martín, sexóloga educativa acreditada por la Federación Sexológica Argentina (FESEA), asegura que dos de los principales obstáculos a superar son: a) la ausencia de educación sexual con perspectiva de Derechos Humanos y b) el erróneo concepto que, pese al cambio propuesto por la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde 2001, aún perdura sobre la sexualidad.
Sin permiso para los deseos
Castro Martín indica que si bien la nueva definición de salud sexual está asociada a la aceptación y al bienestar físico, social y emocional, “persiste todavía una concepción relacionada con la salud biológica y reproductiva. Por ende, al considerarse una sexualidad sana a aquella que está orientada únicamente hacia la procreación y la salud corporal, cuesta entender que los cuerpos de las personas con discapacidad motriz, a pesar de tener distintos tipos de disfunciones, al ser acariciados o masajeados, sienten, se erotizan y pueden excitarse sexualmente”.
Lograr una transformación que posibilite la construcción de una sociedad en donde todas las personas podamos convivir en igualdad y sin discriminación, más allá de una educación sexual y afectiva de calidad que incluya información sobre Educación Sexual Integral (ESI) y Educación sobre Salud Sexual y Procreación Responsable, específicamente en relación a las personas con diversidad funcional, requiere además que la discapacidad deje de ser vista como un problema individual y, en cambio, pueda analizarse como una categoría social y política que constituye un fenómeno colectivo.
Basado en la premisa de que la discapacidad es una construcción y un modo de opresión social, el modelo social de la diversidad funcional –asentado en principios como la autonomía personal, la no discriminación, la accesibilidad universal, y la interacción entre los distintos actores de la sociedad civil y las instituciones del Estado, entre otros- propone pensar las experiencias de las Personas con Discapacidad (PcD), en este caso física, desde una mirada interdisciplinaria que tenga en cuenta al sujeto como parte de un período socio-histórico determinado en el que la clase social, el género y la orientación sexual, entre otros factores, incidirán en sus vivencias en relación a la discapacidad.
En ese sentido, Lía Reznik, quien forma parte del Programa de Discapacidad en la UBA, manifiesta que “nuestra estructura cognitiva es compleja; no sólo la razón nos permite conocer, sino que el cuerpo todo es constructor de sentidos, como una unidad; de allí los diferentes niveles de conocimiento. Además, hay un saber corporal que sí nos proporciona un conocimiento inmediato del entorno, y que es producto de la experiencia” y agrega: “con esto quiero significar que el ser humano posee, piense en ello o no lo haga, múltiples recursos para sobrevivir, conocer e integrarse. Si falla uno, hay toda una batería de apoyo detrás”.
Estas manifestaciones de Reznik fueron hechas durante las IV Jornadas Nacionales Universidad y Discapacidad, realizadas en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA) , en julio de 2006, un espacio propicio para reflexionar acerca de la heterogeneidad de los cuerpos y prácticas culturales que pueden experimentarse dentro de un grupo de pertenencia.
Interrogar los cuerpos
Pero ¿Quiénes, cómo y a partir de qué criterios se determinan los cuerpos ‘naturales’ y patológicos?
Al respecto, la filósofa Judith Butler, a partir del concepto de performatividad explica que “existe una norma o ‘ideología de la normalidad’ reiterativa y referencial mediante la cual un discurso produce los efectos que nombra y establece qué cosas importan y cuáles no” (El papel de la ideología de la normalidad en la producción de discapacidad, Revista Ciencia, Docencia y Tecnología, Nº 39, 2009, noviembre de 2009, pp. 87-105).
En este caso, cabe interrogarse acerca de qué cuerpos son irreductibles y cuáles no. Por lo tanto, aquellas personas cuyos cuerpos disienten con el modelo de cuerpo ideal, sin marcas ni estigmas, se constituyen como frágiles, inválidos e incapaces de experimentar placer. Son cuerpos “dis-capacitados”, portadores de atributos negativos o descalificantes que, según el sociólogo Erving Goffman, “producen una condición personal devaluada no por el individuo en sí, sino por los mecanismos de clasificación- en tanto acto político- que forman parte de la interacción social entre las personas” (Goffman, E; Estigma: La identidad deteriorada -2da. Edición-, Madrid, Amorrortou Editores) y que, a su vez, configuran la idea de que no son atractivos, por lo que se da por descontado que nadie los desea. Son cuerpos imposibilitados de generar y sentir atracción o deseo hacia otro ser humano.
La falta de espacios dedicados al esparcimiento y la diversión, así como también de momentos de privacidad -cuando una persona con discapacidad motriz requiere de muchos apoyos técnicos y humanos es tan dependiente en sus actividades diarias que se la considera un “niño” o “niña” eterno-, representa otro de los factores que atenta contra el desarrollo de una sexualidad saludable y alimenta falsas creencias.
“Los niños y las niñas con discapacidad motriz, muchas veces, desde un primer momento, están sobrecargados de terapias de estimulación temprana y sus espacios de juego son limitados, entonces, a diferencia de lo que ocurre con un nene o una nena de dos o tres años que empieza a correr, saltar e investigar su cuerpo, quienes tienen movilidad reducida no cuentan con tiempo libre para conocer cuáles son sus posibilidades y destrezas corporales”, explica Castro Martín acerca de la relación que las personas con diversidad funcional establecen con su cuerpo.
Asimismo, la especialista en sexualidad advierte que “pareciera que las personas con dificultades motrices tienen que pedir permiso para sentir deseos o para tener sexo”.
Sexualidad sin barreras
Por otra parte, más allá de la existencia de un marco legal e institucional inclusivo y de reconocimiento de derechos -en lo concerniente a la sexualidad hace hincapié fundamentalmente en el derecho a recibir información, casarse y a mantener la fertilidad desde la niñez-, persiste sobre las personas con deficiencia motora una concepción entre ingenua y angelical, que las ubica siempre en un lugar de infantilización permanente y extrema dependencia – propia de la perspectiva asistencialista perteneciente al Modelo Médico o Rehabilitador- y, en consecuencia, les niega la posibilidad de ejercer sus derechos sexuales y reproductivos.
Tomando en cuenta el Manual “Sexualidad sin Barreras”, elaborado por el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) en 2016, podemos afirmar que la creencia de que las personas con discapacidad carecen de sexualidad- solo toma en cuenta la condición de movilidad reducida-, voluntariamente o no, genera prácticas sociales discriminatorias que potencian la segregación y les impiden la concreción de una vida plena.
En tanto, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), en julio de 2018, publicó los resultados preliminares de una investigación denominada Estudio Nacional sobre el Perfil de las PcD, la cual reveló que uno de cada diez argentinos tiene alguna limitación permanente para agarrar y levantar objetos con las manos o los brazos, caminar, subir escaleras, bañarse, vestirse, comer solo o comunicarse, entre otras dificultades de índole motora.
Es decir que, entre las 3.571.983 personas que tienen alguna discapacidad, existe una prevalencia del 42% de habitantes en todo el país que es dependiente en la realización de actividades de la vida diaria (La Nación, 19 de julio de 2018). Sin embargo, eso no implica que no puedan gozar de autonomía para decidir, en base a sus gustos e intereses personales, qué hacer, en qué momentos, espacios y con quiénes desean vincularse.
Por una accesibilidad integral
Otro aspecto importante a tener en cuenta para garantizar la participación social de dicho colectivo y por ende, también la generación de lazos afectivos con otras personas, con y sin diversidad funcional, es la accesibilidad integral. Porque, por ejemplo, ¿cómo hace una persona usuaria de silla de ruedas para tener un encuentro en un hotel alojamiento, si la mayoría de estos lugares no contemplan la necesidad de rampas en el ingreso, ascensores, baños adaptados y habitaciones cuyos espacios permitan una cómoda circulación de la silla?
La ausencia de adecuadas condiciones de accesibilidad edilicia y en el transporte público, sumada al mal estado de las calles y veredas, muchas veces, confina a las personas con movilidad reducida a quedarse recluidas en sus casas o centros de rehabilitación.
Por otra parte, se evidencia una barrera actitudinal cuando un/a profesional de la salud en lugar de hablarle al/la paciente se dirige a quien lo/a acompaña.
Mientras que en lo concerniente a la accesibilidad comunicacional, al dirigirse a una persona con deficiencias físicas, es común que se las infantilice y se les expresen formas de cariño tales como “qué bonito él/ella”, “sos un ángel o un superhéroe” que, habitualmente, no se utilizarían con otras personas porque, justamente, es uno de los soportes de la cultura, en tanto y en cuanto es un medio para expresarse y diferenciarse ante otros sujetos.
Las causas arriba mencionadas evidencian las falencias que existen en los distintos sectores sociales en referencia a las PcD. En consecuencia, es necesario construir nuevos modos de pensar, una nueva filosofía que reconozca a todas las personas, independientemente sus condiciones físicas, como agentes imprescindibles para el cambio.
Es decir que es responsabilidad del Estado, en todos sus niveles, junto con las organizaciones de la sociedad civil y la ciudadanía toda, incluidas las personas con discapacidad –principal fuente de consulta- promover y fomentar políticas públicas que involucren distintos tipos de apoyos técnicos y humanos, como la pornortopedia -un ejemplo es la silla Arrow, fabricada por Alas Desarrollos, que realiza movimientos en vaivén y de esta manera posibilita que los sujetos con movilidad reducida puedan mantener relaciones sexuales activas- o el rol del asistente sexual; destinados a respetar los deseos de las personas con diversidad funcional.
Por último, resulta indispensable la creación de proyectos que, a través de los medios de comunicación, desarticulen el modelo de belleza hegemónico; fortalezcan los procesos organizativos de los ciudadanos, ciudadanas y organizaciones que trabajan por el reconocimiento y el respeto de las personas con discapacidad, y la ejecución de todo tipo de acciones que garanticen tanto una aceptación real de la pluralidad como así también una igualdad de oportunidades, de participación y de equidad en sus derechos . Porque solo así la población denominada ‘convencional’ comprenderá que, de la misma manera, las personas con diversidad funcional son, ante todo, sujetos de derecho. Seres humanos con deseos y frustraciones, defectos y virtudes, que aman, sufren, ríen y lloran igual que las demás personas, y que lo único que buscan es ser partícipes activos de su historia.